En el Itaqueirao de San Pablo se decretó una batalla, no violenta ni mal intencionada, pero una batalla áspera, de dientes apretados que requería de mucho estudio y que tenía una misión inaplazable. Once guerreros en el campo que dejaron el cuerpo y alma por dos colores, un país, por 40 millones de argentinos.
Argentina está en la final del Mundial, lo hizo, lo logró con coraje, con el alma, con esa impronta argenta de tener fortaleza ante la adversidad. Lo hizo con compromiso, con solidaridad y tenacidad. Lo logró con el corazón y ese sentido de pertenencia invaluable.
Identidad es lo que sobra. Ayer, 23 soldados colocaron nuestra bandera en lo más alto.
Atrás quedaron las dudas sobre Romero y sus pocos partidos en Francia, las críticas sobre ese tal Marcos Rojo que sólo aparecía en la lista por su pasado pincharrata o el descontento masivo por la línea de 5 de Sabella. Tampoco se hablará más de que Messi no siente la camiseta porque no canta el himno o de las burlas ante la convocatoria de Enzo Pérez.
Hoy todo eso se desvanece, hoy son héroes. Y es que a falta de buen futbol, de esa caricia hacia la redonda, se puso garra, se jugó con el corazón.
¿Cuán paradójico será el futbol que la tan criticada defensa sostuvo un partido clave en que la delantera, siempre tan elogiada, no pudo marcar la diferencia?
Ayer Holanda no pudo inclinar la cancha. Ni el cabezazo al borde del nocaut de Mascherano con Wijnaldum, ni el golpe en la cara que recibió Zabaleta de Kuyt, ni los constantes agarrones de los naranjas contra Messi o el golpe de Clasie que sufrió en el brazo Biglia pudieron contra estos gladiadores.
Tampoco en ese momento agónico en el que Robben encaró en el área faltando poco para terminar el alargue. San Javier estaba ahí.
Y todavía no caigo. Porque los desdichados que nacimos después del 90, cuatro años después de que Diego alzara la Copa en México, no sabemos de qué se trata. Porque en el Mundial de Italia no habíamos cumplido años y sólo guardamos recuerdos prestados, pero nada que se pueda atesorar. Porque vimos al gran Marcelo Bielsa irse en primera fase en el 2002, a Pékerman pasar sin pena ni gloria y a Maradona comerse 4 contra nuestro próximo rival. No caigo y es lógico, los desafortunados como yo no sabemos de qué se trata.
Un distinto en el mundo del futbol una vez dijo: “Nada pasa por casualidad. Si pasa es porque lo buscamos”.
Las lágrimas son justamente sinónimo de eso. Del desahogo de 24 años de frustraciones. Sintetizan esos sueños mutilados y hacen honor a esos grandes futbolistas que vistieron esta misma camiseta y que por distintas causas no tuvieron la posibilidad de jugar una final.
Sí, el domingo a las 16 Argentina tiene por delante el partido que hace tiempo sueña jugar. Sí, es contra el mismo rival, el más temido. ¿Pero quién les quita lo bailado a estos muchachos? ¿Quién se anima a decirles que no pueden lograrlo?