304.
El domingo primero de marzo
se jugó el clásico en Porto Alegre. Los fanáticos del Inter y del Gremio dieron
el ejemplo: mezclaron sus camisetas y banderas en una misma tribuna. Y, para
sorpresa de muchos, todo ocurrió en paz.
En nuestro país los hinchas
visitantes quedaron en el recuerdo, sin embrago, los hechos de violencia no
desaparecen. Este último fin de semana hubo cuatro encuentros sin público:
Quilmes-Sarmiento, San Lorenzo-Lanús, Godoy Cruz-Independiente y Tigre-Defensa
y Justicia.
En todos los casos hay un
común denominador: la violencia.
En el "Cervecero"
la sanción recae producto de los incidentes ocurridos en la tribuna del Estadio
Centenario en el último encuentro como local ante Vélez. Idéntica situación a
la del "Matador”, que la interna de la barrabrava se trasladó del estadio
José Dellagiovanna a la calle, en pleno entretiempo ante Atlético Rafaela.
El "Ciclón"
disputó el juego ante Lanús sin la presencia de su público por la agresión al
línea Belatti, en el duelo ante River por la Recopa. Y por último, el caso del
"Tomba", similar al de San Lorenzo, es por una sanción del Comité
Ejecutivo de AFA por la agresión al masajista de Lanús, Juan Franco, quien
recibió un proyectil arrojado desde la platea que le produjo un
"desprendimiento de córnea" en el ojo izquierdo, que obligó a una
intervención en Mendoza.
Como si esto fuera poco,
este lunes, Arsenal-Aldosivi tuvo que ser suspendido por una interna entre los
barras del local. ¿Hasta cuándo?
¡304!
Construimos al rival como
enemigo, pensamos al otro como una amenaza, consideramos que dentro de una
cancha vale todo. Una camiseta nos separa y estamos dispuestos a defender esos
colores a muerte, literalmente.
Al mando están ellos, los
de la “popu”, los que llevan el bombo y la fiesta, los dueños de nuestro club,
y del fútbol también. Los barras no son más que delincuentes con una camiseta
puesta, que, por cierto, poco les importa el bienestar del club. Hacen negocios
con él y no para él. Se escudan bajo el poder de la violencia y están
dispuestos a ejercerla cuando y donde sea.
Sus cánticos profesan sus
manejes mafiosos y hacen apología a las drogas y al alcohol, los cuales tomamos
como “graciosos” y cantamos sin parar dentro y fuera de la cancha. No nos
representan, pero aun así los adquirimos como himnos, como rezos sagrados. Nos
convertimos en sus discípulos.
Hoy se encargan de negocios
como: las ganancias de los "trapitos", tanto en partidos como
recitales; venta de entradas; tours para extranjeros a los estadios; tráfico de
indumentaria; movilización y "seguridad" para dirigentes políticos;
narcotráfico y hasta la venta de dólares en "cuevas".
Lejos quedó aquel grupos de
aficionados, quienes se organizaban para los partidos para mostrar su lealtad a
sus equipos de una manera "alegre", portando banderas, tocando
instrumentos musicales, tirando fuegos artificiales.
Lo que antes era sobre el
deporte se convirtió en algo mucho más siniestro. Hoy tienen zona liberada para
cualquier tipo de chanchullo, hoy son impunes gracias a la complicidad de los
clubes y de la justicia.
El fútbol argentino se
desangra lentamente ante la falta de una política de estado para terminar con
este ineludible flagelo. Ni la suspensión de partidos, la quita de puntos o la
mismísima marginación de los simpatizantes visitantes contribuyeron a salvar lo
que debería ser una fiesta. Hoy el fútbol llora.
304 son los muertos, sin
embargo, la pelota se sigue manchando.