Me levanté preguntándome por todas las palabras que nunca
dije. Esas que cumplieron con su fecha de vencimiento y no pudieron ver la luz.
Aquellas que por temor, orgullo o por el simple hecho de pensar que no era el
momento adecuado, quedaron relegadas y olvidadas.
Las imaginé
clasificadas por año, tipo, lugar y destinatario. En archiveros metálicos que
aún las conservaban y me facilitaban el acceso. Mediante los cuales, podría
mirarlas y pedirles disculpas.
Las imaginé
incomprendidas. Estaban paralizadas, se sentían inferiores y discriminadas.
Habían sido maltratadas por su ideología, por pensar y sentir diferente.
Merecían cierto reconocimiento, no debían ser invisibles.
Pero luego comprendí
que cada una de ellas correspondía a un momento, un instante o un ciclo. Que no cambiaría nada que se
revelaran y brotaran de mi boca aún cuando se tomaran revancha y vencieran al
pudor y la modestia.
Sin embargo, me
consulté seriamente por su paradero: ¿Todavía estaban ahí, en algún lugar
inhóspito, pidiendo a gritos ser rescatadas? ¿Vivían agazapadas esperando para
atacar? ¿O ya era demasiado tarde y habían huido a un sitio mejor?