Dos semanas transcurrieron del Mundial y, como cada 4 años, los roles están bien definidos. Mientras los hombres opinan sobre el 4-3-3 o el 5-3-2 de Sabella, la platea femenina se dedica a elogiar el físico de los futbolistas.
A los 38 minutos el Kun pidió el cambio. Todas las cámaras apuntaron a un solo hombre. Medio planeta se detuvo en un morocho con el torso al descubierto. Un cuerpo tallado a mano y lleno a de tatuajes, una mirada penetrante y una sonrisa pícara: Ezequiel “Pocho” Lavezzi.
No tardaron en llegar la avalancha de tweets, comentarios en Facebook y fotos de “alto voltaje” del argentino. Hasta se creó una página: “Movimiento para que el Pocho Lavezzi juegue sin camiseta”, ¡con más de 250.000 me gusta!
Tampoco se hizo esperar la respuesta del sexo opuesto. Es que el machismo en el siglo XXI aún emerge en estos casos. La tribuna visitante se escuda bajo el “antes y después” de nuestro nuevo sex simbol.
Pero, ¿qué importancia tiene su pasado si lo que nos vende es un coctel perfecto, entre cuerpo, desfachatez y sensualidad?
El culpable de la revolución hormonal femenina desató un gran debate social y, en especial, sexual. Y es que los medios de difusión sólo se encargan de mostrar mujeres al desnudo y nos dejan segregadas, sin objetos de deseo.
El fenómeno desatado no es más que hacerles probar a la hinchada masculina una cucharada de su propia medicina. El deseo femenino existe y su expresión no debe ser oprimido.
Propongo una campaña por una distribución más equitativa. Queremos ver más hombres al descubierto, más abdominales y pectorales, ¡queremos más Pocho Lavezzi!