Me podrán tildar de soñadora, ilusa, romántica y hasta
ingenua, un poco crédula e infantil; pero me obligo a creer que no todo está
perdido, quiero creer que mañana, cuando despierte, las cosas van a estar un
poco mejor.
¿Habrán sido Lerner, con su famoso tema “Cambiar el mundo” o
Diego Torres, protagonista de todos los actos escolares con su empalagoso
“Color esperanza”, los culpables de mi idealismo poco objetivo? ¿O es que está
en la naturaleza del hombre tener la ambición de poder estar mejor?
El mundo se divide en aquellos que ven el vaso lleno o el
vaso vacío; en los que creen que todo está mal y los que creen que está todo
bien; en los fanáticos y los antis, en los de derecha y los de izquierda; en
peronistas y radicales; en creyentes y ateos y hasta en feministas y machistas.
¡Cuán poderosa sería la objetividad absoluta en estos casos!
El país se encuentra en una crisis social alarmante y sea
quien sea el que gobierne o sea cual fuere el contexto político nacional o
internacional, difícilmente se pueda llegar a una solución por este camino.
Vivimos en un país bendito por sus recursos naturales, donde
nuestro único problema somos nosotros mismos.
Es que nos encontramos inmersos en una cultura que alienta lo
individual sobre lo colectivo, que festeja el hecho de ganar dinero fácil, que
tilda de astuto al ventajero, al tramposo, que se mufa del honesto, del
laburador. Alardeamos orgullosos que el argentino se caracteriza por su
“viveza”, por su “chamullo”.
Vivimos rodeados de detractores patrios que desacreditan
continuamente al país, que tienen un dólar como corazón, que lejos están de
apoyar la inclusión social y que lo único que les importa es el beneficio
propio.
Nos jactamos de tener un Papa argentino cuando hay cada vez
más crueldad y corrupción, cuando los valores que predica y que tanto nos
enorgullecen lejos están de llevarse a cabo en nuestra sociedad.
Últimamente muchos son los casos de violencia escolar, pero
¿acaso los niños no son reflejo de sus padres, de lo que ven y viven en sus
casas? ¿Acaso las generaciones que vienen no aprenden sobre el ejemplo?
La salida fácil siempre será culpar al otro, culpar al
gobierno de turno, o a las distintas autoridades. Quejarse y criticar desde una
postura sucia y maligna que poco ayuda a crecer. Hacer mea culpa requiere
comprometerse y responsabilizarse y, últimamente, no son palabras habituales
del vocabulario argentino.
Quiero creer que somos más, que todavía existe el respeto, la
solidaridad y la honestidad. Quiero creer que la cultura del trabajo y el amor
por lo que es nuestro no está perdido. Que los colores celeste y blanco todavía
significan algo y no sólo nos representan cada cuatro años en un Mundial de
fútbol, que a pesar de las divisiones políticas nuestra única bandera es la
argentina.