Fue fugaz, como un destello de luz o un abrir y cerrar de
ojos. Tu mirada duró tan solo un instante, pero dejó marcas de por vida.
Estoy segura de que fue obra del destino, de ese hilo
invisible en el que creen los japoneses y que nos tiene conectados desde el día
en que nacemos. El Tarot, el karma, la lectura de las líneas de la mano o de la
borra del café, algo de eso debería explicarlo.
Pero el té se enfría, el libro se termina, la gente se
marcha, y acá estoy yo, sin vos. Quizás por miedo, quizás porque debía ser así.
Diciembre terminó y en el frío te extraño. Y es que todavía
no encuentro razones suficientes para olvidarte.
Y en mi terquedad, aún dejo una ventana abierta por si me
querés visitar, dejo algunas letras para aquellas palabras a medio terminar y
guardo lugar para el amanecer que invitamos y nunca apareció.
También tengo un álbum vacío para aquellas fotos que nunca
sacamos y toda una colección de frases tiernas, que nunca te pude decir, pero
que siempre lucharon por escapar de mi pecho.
Sólo Dios es testigo de mi intento por perdonarme. Este
corazón, hecho y deshecho y vuelto a armar, me reclama día y noche por haberte
dejado ir.
Fuiste como una profecía de las buenas, y acá estoy, con el
recuerdo de un beso tuyo que me quema por dentro.
Hoy te pienso, a pesar de que pasó nuestro tiempo. Hoy te
quiero, aunque lo haya negado. Hoy, así de egoísta y loca, te necesito de
vuelta.
En mis sueños, lo nuestro tiene remedio. Sé que estamos
predestinados y nos reencontraremos.
Yo te estaré esperando.