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domingo, 30 de noviembre de 2014

También es aventura, lujuria y amor

Cumplir años se ha convertido en una lectura detallada y profunda del último capítulo de mi vida. Donde la reflexión humilla y saca a la luz aquellos fantasmas que creía olvidados y enterrados. Me invita a visualizarme en un camino a veces tenebroso y oscuro y otras llenos de luz y armonía, en el cual, me veo parada a mitad de un trayecto que no elegí, sino con el que simplemente me topé y trato de recorrerlo con el equipaje más liviano posible. Un camino que tiene desvíos, a veces atajos peligrosos y otros tantos sin salida, donde la única solución es volver a atrás y volver a empezar.
 Allí me encuentro con personas que ya no están y no volverán jamás, con las de siempre y con otras tantas que me han soltado la mano para cambiar de recorrido. También están aquellas con las que me he tropezado en este último tramo y que, ya sea por culpa del destino o de alguna casualidad divina, ahora disfrutan del paisaje conmigo.
Y ahí estoy yo, parada con miles de interrogantes que año tras año me descolocan. Esa batalla constante entre el “debo” y el “quiero” que nunca tiene vencedor. O aquella otra entre “lo que soy” y “lo que quiero ser” que se desvanece con sólo preguntármelo y no poder responder.
¿Habrá alguien que sí pueda? ¿Realmente uno se termina de conocer? Y si uno no sabe de uno mismo, ¿cómo puede conocer a otra persona? ¿O es que somos seres tan complejos e infinitos que nos sorprendemos hasta de nosotros mismos?
Somos camaleones. Vamos mutando según el tiempo y el espacio, según nos convenga en cada circunstancia de la vida. Somos farsantes y muy buenos actores. Callamos porque creemos que es lo mejor y así, dejamos que todo fluya.
Hasta elegimos a quién mostrarle o no parte de nuestro increíble y enredado ser. ¿O acaso vamos por la vida a “corazón abierto”? No, tenemos un gran repertorio de personajes armados que seleccionamos según la ocasión.
Y en el medio están esas molestas debilidades que destruyen cualquier guion, nuestro talón de Aquiles que nos deja en evidencia. Ya sean nuestras pasiones, deseos o sentimientos, nos desenmascaran, desnudan nuestras almas y las despojan de cualquier maquillaje. Y es ahí, en ese preciso momento cuando uno se muestra cómo es. En la debilidad, la desnudez, o cuando perdemos nuestro juicio por completo.
¡Vicios! ¡Vicios tan necesarios e imprudentes! ¡Descarríos ilógicos e inevitables! Por ellos nos tomamos licencia de la cordura y derrapamos con gusto hacia cualquier desvío. No importa cuán lastimados saldremos, nos arriesgamos, quien no vivió nunca en el éxtasis y al límite no conoce lo que es vivir.
Encontrarse también es aventura, lujuria y amor. Es errar y perdonar, es salir de la comodidad y lanzarse con osadía a lo desconocido. Es levantar el ancla, soltar. Es experimentar, amarse y amar.





miércoles, 18 de junio de 2014

Escribir: placer y necesidad

De sentir el deseo de escribir hasta llegar a la satisfacción hay un largo camino; y recorrerlo, por momentos, llega a ser frustrante.
La falta de estímulo, el desconcierto y/o la inseguridad se hace habitual a la hora de dar salida a la necesidad de expresar el mundo interior y traducirlo en palabras.
Es común sentirse paralizado a la hora de desplegar las alas de la imaginación que podrían ayudar a percibir y descifrar, mejor por escrito, tanto los conflictos como los misterios que la vida siempre lleva implícitos.
Pero esas facultades han estado ahí todo el tiempo. Esperando por ser liberadas.
Eso sí, no todo se limita al disfrute, a divertirse. Depende de en qué fase nos encontremos y a qué temáticas nos aproximemos, ponerle nombre a las cosas a veces es doloroso. Aunque, cuando eso pasa, luego suele llegar el alivio y es ahí cuando suelen revelarse las capacidades terapéuticas de la escritura.
Lo que une a la lectura con la escritura no sólo es amplio; también es contradictorio.
Escribir es practicar el arte de la lectura. Escribís con el fin de leer lo que escribiste, uno mismo es su primer lector, tal vez el más exigente.
Pero, tenés la oportunidad de arreglarlo. Intentas ser más claro. O más profundo. O más elocuente. O más excéntrico. Intentas ser fiel a tu mundo.
Las palabras se encuentran dentro de tu cabeza. Intentas liberarlas.
Escribir consiste, a fin de cuentas, en una excusa para ser expresivo en ciertas formas. Para inventar. Para saltar. Para volar. Para caer. Para encontrar tu propia manera de narrar, para encontrar tu propia e íntima libertad.
Escribir es la mejor manera de escapar y encontrarte con vos mismo.



sábado, 14 de junio de 2014

Catarsis

Fue fugaz, como un destello de luz o un abrir y cerrar de ojos. Tu mirada duró tan solo un instante, pero dejó marcas de por vida.  
Estoy segura de que fue obra del destino, de ese hilo invisible en el que creen los japoneses y que nos tiene conectados desde el día en que nacemos. El Tarot, el karma, la lectura de las líneas de la mano o de la borra del café, algo de eso debería explicarlo.
Pero el té se enfría, el libro se termina, la gente se marcha, y acá estoy yo, sin vos. Quizás por miedo, quizás porque debía ser así.
Diciembre terminó y en el frío te extraño. Y es que todavía no encuentro razones suficientes para olvidarte.
Y en mi terquedad, aún dejo una ventana abierta por si me querés visitar, dejo algunas letras para aquellas palabras a medio terminar y guardo lugar para el amanecer que invitamos y nunca apareció.
También tengo un álbum vacío para aquellas fotos que nunca sacamos y toda una colección de frases tiernas, que nunca te pude decir, pero que siempre lucharon por escapar de mi pecho.
Sólo Dios es testigo de mi intento por perdonarme. Este corazón, hecho y deshecho y vuelto a armar, me reclama día y noche por haberte dejado ir.
Fuiste como una profecía de las buenas, y acá estoy, con el recuerdo de un beso tuyo que me quema por dentro.
Hoy te pienso, a pesar de que pasó nuestro tiempo. Hoy te quiero, aunque lo haya negado. Hoy, así de egoísta y loca, te necesito de vuelta.
En mis sueños, lo nuestro tiene remedio. Sé que estamos predestinados y nos reencontraremos.


Yo te estaré esperando.



jueves, 22 de mayo de 2014

Cambiar

Un amor o un desamor, la partida de un ser querido o hasta un libro o una canción pueden cambiarnos para siempre.

Cambiar. Palabra difícil para algunos y temida por otros.
Cambiar es una aventura, es tener el poder de reinventarse, de hacerle frente a lo desconocido.
Cambiar es madurar, explorar, conocerse. Aprender y desaprender de uno mismo.
Es encontrar libertad, libertad para vivir de la manera que queremos vivir. De expresar lo que queremos expresar.
Cambiar es decidir, atreverse a superarse, con miedo a veces, con coraje otras. Es comprometerse y saber soltar. Es mirar hacia delante y dejar los demonios atrás.
Cambiar es ser paciente, disfrutar del camino y buscar la felicidad.
 Es curioso como nuestra vida puede cambiar tan abruptamente. ¿O será que los que en realidad cambiamos somos nosotros?  Sea cual fuese la respuesta nos encontramos inmersos en continuos cambios;  a veces repentinos, a veces sutiles.

Pero el cambio sucede, nos persigue y nos corrompe. Y no se trata de cambios superficiales como un corte de pelo o una cirugía estética. Son cambios existenciales.



Abrazame fuerte

Abrazame fuerte, vení,
tengo miedo de no poder seguir así.
Te necesité y ya no estabas ahí.
Pero con el tiempo comprendí
que no exigía algo de ti;
me estaba buscando a mí.

Sin querer me enamoré,
pero la soledad encontré.
Y a pesar de mi querer,
acepto lo que es perder.

No necesitas mentir,
después nos podremos despedir.
Sin falsas promesas que cumplir
cada uno podrá sonreír.




viernes, 31 de mayo de 2013

¿El amor es rutina?

 Se habían resguardado en un lugar impermeable, aislado, compacto, donde se estaba a salvo del tiempo y los demás. Donde era más simple respirar, las palabras quedaban cómodas en la boca de uno y los besos acolchonaban cualquier discusión. Ahí se sentían seguros, cada uno sabía cuál era su tarea y sus límites para pertenecer.
 Eran esclavos uno del otro. Adictos a aromas, caricias, promesas; factores precarios y superficiales que se utilizaban como excusa.
 Llevaban juntos cinco años y un poco más. Ella sabía que el café se acompañaba con dos cucharadas de azúcar y él, que no debía fumar adentro. No había motivos para desconfiar de que aquel gremio funcionara, estaban cómodos.
 Pero no alcanzaba, nunca alcanza. La conformidad exigía silencio. Se atesoraban sentimientos, opiniones y conductas por el simple hecho de cumplir. Sólo dos cuerpos robotizados funcionando por inercia.
Ahora era sólo sexo, comer en el mismo restaurant y caminar por las mismas calles. Ya nada parecía maravilloso y único. No había admiración ni deseo.
 Él buscaba volar, ella caminar. Él sólo quería un presente y ella anhelaba un futuro.
 La Sensatez llevaba tiempo trabajando de forma minuciosa y paciente pero la Cobardía desplegaba todos sus recursos y le alcazaba por el momento para vencer.